2 jul 2011

Cómo la vida moderna cambió nuestro cuerpo




Huesos más débiles, cerebros más pequeños y menor masa muscular. Esas son sólo algunas de las características que hemos adquirido en los últimos miles de años, sólo por vivir en la ciudad y haber modernizado nuestras vidas.

"LA VIDA de Frank Rühli transcurre entre cadáveres, pero unos tan antiguos, que ya no provocan temor. En una bodega de la Universidad de Zúrich, en Suiza, el director del Centro de Medicina Evolutiva se mueve entre cientos de cajas que esconden los cráneos de dos momias egipcias y fragmentos muy antiguos de cuerpos humanos, así como los restos de personas fallecidas durante el siglo XX. Un espectáculo macabro, quizás, pero que ya es capaz de sostener un sorprendente tipo de investigación, que actualmente se lleva a cabo en diferentes laboratorios del mundo. ¿El objetivo? Comprobar cómo y cuánto ha cambiado nuestro cuerpo y sus funciones como resultado de la vida acelerada dentro de las grandes urbes.

El objetivo de Rühli es reconstruir los cerca de 2.000 cuerpos que se almacenan en su bodega. Sin embargo, el anatomista señala a La Tercera que el principal descubrimiento de su laboratorio ha sido uno mucho más básico: "Darnos cuenta de que la evolución sigue presente, que la morfología del cuerpo humano sigue cambiando, como resultado del clima, las enfermedades, los cambios en los patógenos y (especialmente en nuestro tiempo) la tecnología médica". No es menor. Durante mucho tiempo, la teoría evolutiva se ha ceñido a la idea de que para que se produzcan cambios notables en la estructura de los seres vivos debían pasar millones de años. Y sin embargo, recientes hallazgos señalan que, por ejemplo, bastaron sólo unos miles de años para que los humanos desarrollaran un gen que les permitiera digerir la leche ya pasada la infancia (a diferencia del resto de los mamíferos), como resultado del asentamiento y el comienzo del pastoreo. La selección natural hizo que los pueblos ganaderos de la región de los Balcanes y el Nilo siguieran sintetizando esta enzima y la traspasaran a las siguientes generaciones.

Esto es sólo una muestra de lo que varios científicos plantean: los profundos cambios de la vida moderna han apresurado el ritmo al que se producen las modificaciones. Christopher Ruff, de la Escuela de Medicina de la U. John Hopkins, ha viajado por el mundo realizando exámenes de rayos X a cerca de 100 huesos de piernas fosilizadas, llegando a una muestra que abarca ejemplares desde hasta tres millones de años atrás. Pero no son los únicos, porque los ha comparado con muestras de poblaciones más "nuevas", una de nativos americanos que vivió hace 900 años, y africanos del este y norteamericanos que vivieron a mediados del siglo XX.

El resultado de la comparación es notable. Ruff se dio cuenta de que en un período fijado entre dos millones y 5.000 años atrás, se produjo una disminución del 15% de la fuerza ósea en los humanos, pero que en el presente los cambios han sido más rápidos: solamente en los últimos 4.000 años se produjo una nueva disminución, esta vez de 15% de la fuerza. Según los estudios de Ruff, esto comenzó a gestarse con el uso de herramientas que reducían la necesidad de esfuerzo físico, como las hachas, inicialmente, el arado, más tarde, y el automóvil, en un tiempo mucho más cercano al nuestro. "Los decrecientes niveles de actividad y los crecientes de mecanización han reducido la carga sobre nuestros cuerpos, lo que nos ha llevado a tener esqueletos más finos", explica el investigador a La Tercera.

La paleoantropóloga Sally Reynolds cree que esto se debe a que la ciudad nos ha dado una serie de seguridades que han modificado nuestros estilos de vida: "Ya no tenemos la necesidad de gastar energía buscando agua o cazando animales, como lo hacíamos hace 200.000 años", explica telefónicamente desde Francia a La Tercera. Y huesos más delgados, junto a una vida crecientemente sedentaria frente a la pantalla del computador y la televisión, también han disminuido nuestra musculatura, que ha hecho que pese a los humanos actuales sean más altos, también tengan una contextura más delicada, dice Reynolds.

Incluso algunas de las aparentes ventajas tecnológicas de nuestro tiempo, como el diseño de distintos tipos de calzado, cómodos y útiles en diferentes momentos, nos está cambiando. El 2007, un equipo de investigadores de la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo, examinó a 180 humanos modernos de tres diferentes grupos de población, y los comparó con esqueletos de 2.000 años de edad. Lo que el doctor Bernhard Zipfel descubrió es que los pies de los humanos más antiguos eran mucho más saludables que los de los actuales. En un artículo publicado por la revista The New York Magazine, el doctor William A. Rossi, experto en el tema, señaló que "nos ha tomado cuatro millones de años desarrollar un pie humano único y distintivo, una notable proeza de la bioingeniería. Sin embargo, en sólo unos pocos miles de años, y con un instrumento mal diseñado, los zapatos, hemos deformado la anatomía de la marcha humana, obstruyendo su eficiencia técnica y afectándola con deformaciones y tensiones".

Para agregar antecedentes a este "movimiento antizapatos", el biólogo de Harvard Daniel Lieberman se dio a la tarea de averiguar cómo le iría a los corredores profesionales si se desempeñaran sin usar las modernas zapatillas que hoy se encuentran disponibles en el mercado. ¿Su conclusión? Estamos hechos para correr descalzos. En su estudio, publicado en la prestigiosa revista Nature, Lieberman reporta que correr sin zapatillas reduce el impacto sobre el pie al chocar contra el suelo. Sin embargo, como estamos acostumbrados a usar zapatos y a la diferente amortiguación del impacto que eso implica, no es recomendable que la gente comience a correr de un día para otro descalza, pues podría terminar con serias lesiones.

Los científicos también han descubierto otras modificaciones en la estructura del cuerpo humano, como la aparición de un nuevo vaso sanguíneo, llamado arteria media, que existe en los brazos de hasta un 30% de los adultos actualmente. Pero los especialistas aún no dan con una explicación para este cambio, como tampoco para la diversificación de los patrones de las huellas dactilares de las personas.

Cada vez más especializados

Pero la vida en la ciudad no sólo impacta en nuestra estructura más visible, pues no implica solamente cambios geográficos que nos hacen tener que desplazarnos menos y desplegar una menor cantidad de fuerza. Nuestro cerebro también ha sufrido las consecuencias. El antropólogo de la Universidad de Wisconsin, John Hawks, sostiene que el cerebro humano ha perdido una porción de materia gris equivalente a una pelota de tenis en tan sólo 200 siglos, a pesar de que sus funciones neuroquímicas han mejorado y eso nos ha afectado positivamente. La razón la entrega una investigación dirigida por los investigadores David Geary y Drew Bailey, que determinó que los responsables son los enormes niveles de aglomeración, propios de la urbe. En su estudio, Geary y Bailey sugieren que cuando un gran número de personas conviven en una determinada área geográfica, alcanzan una mayor especialización del trabajo y una muy variada conexión social con otras personas, lo que ha hecho que ya no precisemos tanto de las habilidades de nuestra inteligencia para sobrevivir como de los beneficios que podamos obtener de nuestra relación recíproca con otros, que generalmente se da a través del trabajo.

Precisamente este último aspecto, el de las modificaciones a la vida laboral, ha generado uno de los grandes impactos negativos. Hoy, como resultado de la inserción laboral femenina, ha disminuido el número de hijos por cada mujer, achicando las familias, en el caso de Chile, de 5,4 hijos por mujer hace 50 años, a sólo 1,2 actuales. En la prehistoria, las mujeres pasaban una buena parte de su vida embarazadas o amamantando, lo que mantenía controlados sus niveles de exposición al estrógeno. Hoy, por el fenómeno ya señalado y por factores como la obesidad, la falta de ejercicio físico y el uso de anticonceptivos, la exposición a esta hormona ha aumentado enormemente, y según Israel Hershkovitz, de la U. de Tel Aviv, en Israel, detalla a la revista New Scientist, esta es una de las grandes razones por las que hoy las mujeres tienen cerca de un 13% de posibilidades de sufrir de cáncer de mama a lo largo de su vida.

El equipo de este investigador quiso probar la hipótesis, pero se topó con un inconveniente: no existen tejidos mamarios del pasado. Por eso, se centró en las huellas que deja en el cuerpo. Los investigadores israelíes se dieron cuenta de que las grandes cantidades de estrógeno adelgazan la parte del cráneo que está justo por encima de los ojos, así que utilizaron 1.000 cráneos de mujeres que estaban vivas hace 100 años y los compararon con 400 de mujeres de la actualidad. El resultado, publicado en el American Journal of Human Biology fue claro: hoy, el hueso interno sobre los ojos es 50% más delgado que hace 100 años.

Pero a pesar de que hay algunas modificaciones preocupantes, como los creciente niveles de obesidad y la pérdida de fuerza muscular, Ruff asegura que una buena parte de ellas son reversibles. O sea, que, como plantea Reynolds, "todavía tenemos esas habilidades; es sólo que estamos eligiendo no usarlas". Ruff asegura que "es posible que los humanos modernos desarrollen huesos mucho más fuertes. Es cosa de comparar a alguien que juega al tenis con alguien que no. Por eso, diría que seguimos teniendo la capacidad de aumentar las capacidades físicas considerablemente, aunque quizás no lleguemos al nivel de, por ejemplo, un Neandertal".

(fuente: latercera.com)

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